Ecocidio
—¡Fea!, ¡panzona!, gritaban varias voces a coro en el estanque.
Cansada de mirar su cuerpo y sentir tristeza, la niña liebre pateó con fuerza hasta liberar el tejido de ramas y hojas que mantenía la represa.
Cuando los demás animales reclamaron el ecocidio, la pequeña sonrió y festejó que ya no tendrían cómo sostener sus ofensas. No habría más reflejos, mucho menos comparaciones, ni un estanque al cual caer después de las burlas y empujones. Ni tampoco, un bosque.
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