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Nos iremos limpias

NOS IREMOS LIMPIAS


Por Lorena Vasconcelos 


Diecinueve días de búsqueda terminaron en la morgue con una hija reconociendo el cuerpo sin vida, mutilado y violado de su madre. El forense trata de controlar la acidez que sube despacio desde su estómago mientras toma inusualmente la mano de una joven que mira sin parpadear el amplio corte en la garganta helada de la mujer inerte.  Suspira, tiembla y explica que en unas horas tendrá el informe por escrito pero que si en alguna forma conforta saberlo…

—Mi mamá se cortó el cuello y ya muerta le hicieron esto— interrumpió la voz casi ahogada de Mica, para la que ya nada sería consuelo desde ese momento, pero constatar ella misma ese dato, sí, la única fuente de temple para un siguiente día, cada día.

Cinco años atrás, después de simultáneas marchas de mujeres sin precedente en su violento país, «Ofe» regresó del trabajo con dos navajas de bolsillo, le entregó una a su hija Mica para que se defendiera en caso de violencia machista o feminicida. «No siempre podré cuidarte», le dijo.

—Si alguien te quiere dañar, lo matas sin pensarlo ¡con todo tu miedo y tu rabia!… pero si son varios, si lo intentas y no logras defenderte, quiero que cortes tu garganta lo más rápido y fuerte. Tú no vas a ser una estadística, te matas antes de que te maten, te violen o te torturen. ¡Tú hazlo!, no ellos.
¿Entiendes, Mica? Ya vimos que a este país le duelen más las paredes que nosotras y no vamos a ser víctimas de su estúpido odio. Yo haré lo mismo, te lo prometo. No les daremos el triunfo de dañarnos vivas. No merecemos esa porquería, no la vamos a aceptar. Viviremos o nos iremos limpias— conjuró la madre al poner la navaja en las manos de su amora adolescente que la miraba y entendía todo.

Esa tarde Ofe y Mica tomaron «té limón» en las tacitas chinas, se contaron el día, se abrazaron como gotitas de lluvia resbalando por la ventana y se fueron a dormir llorando y deseando nunca tener que usar esas navajas. Ahora una hija adulta firmaba el papeleo y recibía una navaja enlodada junto con pedazos de ropa en una bolsa plástica.

«Los vamos a encontrar. Tú ya cumpliste la promesa. Descansa amora grande», fue el epitafio para Ofelia que leyó el forense días después en alguna red social que relataba el caso, con el cual comprendió el tétrico lenguaje de irreverencia que vió aquel día en ese rostro y cuerpo dañados, y que le encendió para siempre una chispa de rabia en el estómago.

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